(Y aún así, voy a seguir viéndola)
‘Las tramas son super adictivas’, ‘los personajes son LO MÁS’, ‘flipas con lo actores’, ‘buaaah, Frank es un cabrón genial’. Todas y cada una de esas frases son las que me llevaron a zambullirme de cabeza en House of cards. Pensé que sería la nueva Homeland, el descubrimiento del año... qué sé yo.
Nadie me mintió. Todo eso que he mencionado arriba es verdad, sin embaaaargo, en seguida noté dos cosas; viendo los capítulos pensaba más de una vez: “¡¿qué leches está pasando?! Quiero quitar esto y hacer algo de más provecho” y, al acabarlos, me daba cuenta de que odiaba, de forma exponencial y profunda, a los personajes protagonistas.
Que sí, que ya sé que son odiablemente encantadores. Aún así, yo no puedo empatizar con ninguno de ellos. Frank Underwood es un personaje plano, cruel, egoísta, frío hasta el infinito y calculador como nadie. Seguiré viendo la serie sólo con la esperanza de que a partir de ahora todo se le vuelva en su contra y veamos como, desde su cima, cada vez empieza a caer más y más abajo hasta que se dé de bruces contra el duro y gélido suelo. Sí, quiero que sufra, que lo humillen ¡¡y que llore!! QUIERO QUE LLORE.
Seguramente esto no ocurra, pero seguiré al pie del cañón junto a mi bendita esperanza, la que nunca pierdo.
He empatizado en la ficción con asesinos en serie,con mentirosos, con infieles, con caníbales, con terroristas y hasta con zombies, pero soy incapaz de sentir un ápice de simpatía por ese señor. ¿Dónde está Dexter Morgan cuando se le necesita?